No es fácil sentarse en frente de una hoja en blanco.
Hasta que terminamos de escribir no se es consciente de la hazaña, leemos y releemos nuestros textos cuestionándonos palabra por palabra. Hay quien dice que un buen escritor se hace, otros que se nace con talento, y muchos tantos dicen que se necesita de las dos. Desde mi experiencia estoy convencida de que lo que se necesita es valor. Escribir es un acto de valentía que no se puede hacer desde otro lugar que no sean las entrañas, allí habitan nuestros demonios, y la clave del exorcismo de las marañas emocionales que nos atraviesan. Escribir saca a pasear nuestro interior, y mientras da vueltas de esquina en esquina se cuestiona, llora, grita, y omite lo que considera no puede ser contado. C uando lo haces te das cuenta de que no puedes omitir la realidad de lo que te atraviesa y te lanzas de cabeza al abismo que exterioriza lo que por tanto tiempo has evitado decir en voz alta. No tiene nada que ver con tecnicismos, ni cuestiones ortotipográficas, conlleva compromiso con nuest